El pasado sábado 28 de octubre se cumplieron 513 años del nacimiento de Francisco de Borja en el Palau Ducal. En ese mismo día, aprovechamos la ocasión de compartir una efeméride en nuestras redes sociales acerca de la problemática que supuso su llegada al mundo. Algo nada desdeñable para la época, ya que los nacimientos solían ser bastante complicados y la esperanza de vida de un neonato reducida. Aun así, en este articulo vamos a tratar la figura de Francisco desde otro punto de vista y alejado de sus años como Duque de Gandía.
Hoy en día tenemos mucha información acerca de uno de los personajes más internacionales de la familia, con permiso de los dos Papas Borja del siglo XV. Hablamos de un hombre que vivió el Renacimiento del Cinquecento y de las Artes, diestro con la espada y también ligero con la pluma (de cuya faceta hablaremos en próximas publicaciones).
Sabemos, por ejemplo, que la enseñanza del joven Francisco fue asumida, en parte, por su abuelo y arzobispo de Zaragoza Alonso de Aragón. También vivió los sucesos que acontecieron Gandía en 1521, cuando Francisco huyó de la ciudad el 21 de julio con su familia ante la rebelión de las tropas agermanadas, ocasionando saqueos en el mismo Palau Ducal.
Un año más tarde sería enviado a Tordesillas donde residía recluida la legítima reina Juana I, apodada de manera desafortunada como “la Loca”. Fue durante ese período de tiempo cuando Francisco pudo conocer personalmente a otro de sus familiares, el emperador Carlos V. Tras este encuentro pronto Francisco se convertiría en un hombre destacado en la Corte, siendo caballerizo mayor de la emperatriz Isabel de Portugal a los 18 años y albacea testamentario del emperador.
Allí conocerá a Leonor de Castro, dama de honor portuguesa de la emperatriz, y futura esposa de Francisco un año más tarde. Celebrado el acto conyugal, el emperador elevó la baronía de Llombai a marquesado como regalo de nupcias. Su destino en la Corte quedaría ligado, francamente, a la vida de la emperatriz hasta su muerte acontecida el 1 de mayo de 1539.
Después de aquello, Francisco de Borja serviría de nuevo al emperador, alejado de la Corte, como virrey de Cataluña. Será durante esta etapa cuando conoce a los primeros jesuitas y futuros compañeros de la recién creada orden religiosa en 1534 por Ignacio de Loyola.
Podríamos decir que aquello fueron los inicios, el germen, de la Compañía de Jesús. Es curioso como muchos de los visitantes que recibimos cada semana procedentes de Cataluña nos señalan, en más de una ocasión, algún dato histórico relacionado con aquellos primeros jesuitas o construcciones paralelas. Es por eso por lo que, en este artículo, nos centraremos en su época como jesuita, más concretamente como III prepósito de la Compañía de Jesús. Para ello, vamos a destacar una de las imágenes más conocidas de nuestro protagonista, y enlazarlo con otra obra pictórica que encontramos en la Galería Dorada del Palau Ducal de Gandía.
En primer término, nos referimos a la obra del pintor granadino Alonso Cano, retratando a un Francisco de Borja en sus últimos años de vida. Es muy probable que esta pintura fuera realizada para conmemorar su beatificación, ya que casualmente está fechada en 1624. (Imagen 1)
La obra en cuestión estuvo durante mucho tiempo atribuida al gran maestro del barroco español Francisco de Zurbarán hasta 1810. En origen se hallaba en la Capilla del Noviciado de la Compañía de Jesús en Sevilla, donde también hay un precioso retablo dedicado al Santo, pero más tarde durante la Desamortización pasó a formar parte de las colecciones del Museo de Bellas Artes de la misma ciudad. Claramente se pueden apreciar recursos estilísticos y compositivos de otros artistas sevillanos como Martínez Montañés o el mismísimo Francisco Pacheco, suegro y maestro-pintor del gran Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Es aquí, donde Alonso Cano recrea una pintura tenebrista con sensación de claroscuros hacia aquellos elementos que cobran realmente protagonismo en el lienzo: la calavera coronada y los tres capelos cardenalicios rojos. Ambos son atributos del santo, de manera que podamos identificar a San Francisco de Borja también como III prepósito de la Compañía de Jesús (1565-1572). A diferencia de la otra obra que vamos a analizar a continuación y conservamos en el Palau Ducal de Gandía, el artista granadino sitúa la escena en un espacio terrenal sin muchos más elementos que los precisos.
En cambio, la obra ubicada en el Salón de la Glorificación de la Galería Dorada es una alusión a la apoteosis mística y ascensión celestial de un San Francisco de Borja representado con sus mismos atributos, acompañado de una serie de elementos como el escudo de armas de la familia Borja y Oms-Fenollet. Esto nos ayuda en las visitas guiadas a explicar el lienzo de Gaspar de la Huerta en el mismo salón. (Imagen 2)
A diferencia de la pintura de Alonso Cano, en esta obra vemos una clarividencia de color y ornamento que rodea al santo en un espacio totalmente celestial. Los ángeles músicos situados a izquierda de Francisco tocan laúd y arpa, mientras que los amorcillos, también llamados querubines o putti en lenguaje artístico italiano, sostienen los atributos de Francisco de Borja. Todos ellos crean una sensación de horror vacui o horror al vacío y elevan la figura del santo hacia lo más alto.
Es cierto que existen otras muchas obras que no hemos señalado, cada cual más humana o no, pero todas suelen tener propósitos de exaltación con un alto componente religioso. Por ese motivo y a modo de conclusión, invitamos al lector a hacer una reflexión del poder que tenían estas imágenes en la sociedad del momento en el que fueron ejecutadas.
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